Contrapunto entre violencia y refugio

Fecha: 2018

Autor: Viviana Usubiaga

Medio: Página/12

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Exposición: Ritmos y variaciones sobre un tema

Por un lado una muestra antológica, incisiva y punzante. Por el otro, una instalación de sitio específico, calibrada con precisión de relojería. Entre ambas generan un contrapunto de arte explícito y poesía envolvente.

El Espacio de Arte de la Fundación Osde presenta en el primer piso dos exposiciones, de Enrique Ježik y Cecilia Ivanchevich, que pueden leerse en contrapunto. 

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Es por eso que luego de atravesar la incisiva y punzante exposición de Ježik, entrar en las salas 2 y 3 de la Fundación, donde Cecilia Ivanchevich (Buenos Aires, 1977) presenta su instalación sitio específica Ritmos y variaciones sobre un tema, se siente como un refugio, hasta de nosotros mismos. Artista y curadora formada en la UNA y Untref, Ivanchevich desarrolla proyectos interdisciplinarios que investigan las interrelaciones entre la imagen y el sonido. En esta intervención parte del complejo vocabulario arquitectónico dado, para redibujar y transformar la experiencia espacial y acústica de las salas. Un ejercicio de trasposición de lenguajes que conjuga líneas, puntos y planos que recorren el piso y paredes, en apariencia, sin patrón definido. Pronto vemos esas líneas corporizarse en efectos de encantamiento, como serpientes de rectilínea sinuosidad que hechizan la mirada con giros mecánicos, modulando dos y tres dimensiones. Realizados en papel blanco reflectivo los trazos se presentan como espectrales. La penumbra mágica de la luz negra baña todo transformando de modo semejante a los cuerpos que transitan el lugar. 

Como en un imaginario templo profano se escucha una breve melodía que se repite serena y constantemente orbitando las salas, junto a visibles líneas estáticas o en movimiento. La sucesión de diagonales del diseño del parquet en espiga del piso apenas se percibe pero resuena en triángulos rosados que giran sobre las paredes, yuxtapuestos en proyección. Nuevos ángulos azulados se arman y desarman con trazos plenos que avanzan, cambian de dirección y retroceden para no tocarse. Solo nuestra presencia reflejada en los vidrios de unas puertas, perturba aquella abstracción calibrada con precisión de relojería. Como recorriendo el interior de una cajita de música, las salas 2 y 3 son un páramo. La artista debió ecualizar la sonoridad de su proyecto ante la convivencia lindante con las impactantes obras de Ježik. La sutileza de la intervención de Ivanchevich, se engarza como una fuga –en el amplio sentido del término– en el terreno expositivo. Sin duda, un acierto curatorial de Constantin asumir el riesgo de aparear estas muestras, que aun en sus abismales diferencias podrían intercambiar sus títulos.  Son los ritmos y variaciones sobre un tema: el constante uso de la fuerza con crueldad sobre el considerado adversario lo que Jezik nos muestra y es en defensa propia que el espacio construido por Ivanchevich se nos brinda para el resguardo y reflexión luego del impacto. Ante la mirada que filtra, anestesiada ya de tanto estímulo diario, es ineludible el oír con todo el cuerpo para dar lugar al pensamiento. La urgencia de hacer visible y audible la violencia que se ejerce en nombre de quién y sobre qué cuerpos. La imperiosa necesidad de ejercitar la sensibilidad como una pulsión lírica o pulso vital. Arte explícito y poesía envolvente. Ambas por la misma causa. Al fin de cuentas, somos tan capaces de destruir como de crear, esa es la cuestión.

 

 

 

 

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